Historia del Monasterio
Las raíces de este monasterio se hunden hasta el año 1251. Los cronistas nos narran la tradición popular del hallazgo de la pequeña imagen de Ntra. Sra. del Espino. En un pueblo cercano, Quintanilla Vivar, vivía un sacerdote y un hermanito de pocos años. Un sábado, el pequeño tuvo una aparición de una bellísima Señora, que le condujo hacia un lugar donde había ocultas varias imágenes. Éstas habían sido enterradas por los cristianos para ocultarlas de la invasión de los moros. Se trataba de tres imágenes: San Andrés, San Ildefonso y la de la Virgen del Espino. Inmediatamente el pequeño contó a su hermano lo sucedido y el encargo recibido de la bellísima Señora de que colocasen en lugar digno esas imágenes y se les diese la veneración debida.
El sacerdote no creyó a su hermano. Después de unos días sus pies y manos quedaron tullidos, su cuerpo se hinchó, su boca se torció y padeció terribles dolores. La enfermedad ablandó su corazón. La Virgen se le mostró, ante Ella reconoció su culpa y obtuvo su perdón. Aún tullido, convenció a varias personas para que le llevaran al lugar indicado por el niño. Allí curó y él mismo junto a otros comenzaron a excavar hasta hallar las tres imágenes: la de la Virgen con el Niño en medio de un espino verde. En Vivar del Cid se levantó una pequeña ermita donde las gentes de estos lugares experimentaron el cuidado maternal de la Virgen y donde expresaron su amor hacia Ella.
En el siglo XV se tiene noticias de un grupo de mujeres, conocidas con el nombre de “beatas”, dedicadas al servicio y culto de la Virgen. Este estilo de vida era frecuente en este tiempo.
El 11 de octubre de 1477, ese grupo de mujeres abraza la Regla de Santa Clara: vivir el Santo Evangelio siguiendo las huellas de pobreza y humildad de Jesucristo.
La construcción de la actual iglesia gótica, sustituyendo la primitiva ermita, y del monasterio fue posible gracias al Adelantado de Castilla, Don Pedro de Padilla y su esposa Doña Isabel Pacheco.
La vida de las hermanas transcurría en sencillez y pobreza, junto a su amada Señora y Madre, cuando el 21 de septiembre de 1620 el fuego destruyó todo el monasterio. Se salvó milagrosamente la iglesia y la preciosa imagen de la Virgen. No tenemos noticias de los comienzos de la restauración del monasterio.
Hasta junio de 1622 estuvieron en Burgos, hasta que tuvieron unos mínimos para poder vivir su vida contemplativa. Fueron las hermanas quienes con sus rentas y dotes y la ayuda de los pueblos de la comarca restauraron el edificio, mucho más pequeño que el primitivo.
En la “Francesada” tuvieron que abandonar el monasterio por miedo a los invasores. Se refugiaron en familias del pueblo, llevándose lo que pudieron y, lo primero, la imagen de Ntra. Sra. del Espino, de la cual jamás se desprendieron. Más tarde se refugiaron en la comunidad de Castil de Lences, cuya situación geográfica ofrecía más garantías de seguridad. Cuando los franceses salieron de España regresaron al monasterio restableciendo su vida comunitaria.
En fecha desconocida, el concejo del pueblo de Vivar pidió a las hermanas que custodiaran el manuscrito del Poema de Mío Cid. Ellas aceptaron y así lo hicieron hasta que a finales del s. XVIII, el historiador y secretario de Estado, Eugenio Llaguno y Amírola, lo reclamó al Ayuntamiento. Testigo silencioso, de la presencia de esta joya literaria en este monasterio, es el baúl donde estuvo custodiado.
La Revolución Septembrina golpeó la vida de la comunidad. Un decreto-ley gubernamental, con fecha 18 de octubre de 1868, extinguía y reducía monasterios, colegios y casas religiosas. El monasterio de Ntra. Sra. del Espino quedaba extinguido en fuerza de ley. Fueron acogidas fraternalmente por la comunidad de Burgos. Antes que ellas habían sido también acogidas las Concepcionistas Franciscanas de Burgos. Durante más de tres años, las tres comunidades compartieron el mismo techo, presididas por la Abadesa de Burgos.
El 18 de abril de 1872 recibieron la alegre noticia de que les era permitido regresar al monasterio. Fijaron la vuelta para el 27 de abril. Este había sido cuidado por personas amigas durante su ausencia y se encontraba relativamente bien. La primera noche la pasaron en el coro, en acción de gracias, ateridas de frío.
Hoy el día 27 de abril sigue siendo para las hermanas un día de acción de gracias porque aquel regreso permitió la continuidad de la vida contemplativa en este lugar dedicado a la Virgen.
La presencia y el cuidado amoroso de María, en esta advocación de Ntra. Sra. del Espino no sólo es historia: ¡es vida! Desde hace mucho tiempo, las futuras madres piden el manto de la Virgen para implorar su ayuda durante el periodo de gestación. En los últimos años, madres aconsejadas a abortar tras un diagnóstico prenatal han optado por la vida, confiando en la Virgen, y hoy tienen niños y niñas sanos y preciosos.
Esta pequeña imagen de Ntra. Sra. del Espino sigue siendo custodiada con amor y ternura por hijas de Santa Clara. Nuestras vidas están entregadas a la oración, a la alabanza y a la intercesión por el mundo.
Trabajamos en la elaboración de dulces y el cultivo de la huerta, solidarias con tantos hermanos que conocen la fatiga del trabajo.
Si os preguntáis la razón de nuestra vida, la respuesta es ¡JESUCRISTO!